ESPACIOS GEOGRÁFICOS Y
TERRITORIOS
José M.ª Tejero de la Cuesta
PRELUDIO
LA EVOLUCIÓN GENERAL DE LOS ESPACIOS GEOGRÁFICOS
Los espacios geográficos históricos o de las sociedades
agrarias
Los espacios geográficos actuales o de las sociedades
industriales
Los espacios geográficos futuros o de las sociedades
digitales
LOS ESPACIOS GEOGRÁFICOS DE ESPAÑA
España, un territorio urbanizado
Las actuales regiones geográficas de España
El proceso de construcción de los espacios geográficos
actuales
Alternativas para los nuevos
espacios geográficos de la
sociedad digital
PRELUDIO
La ciencia del
territorio, la geografía, tiene por objeto el conocimiento de los
espacios geográficos y utiliza este conocimiento para prever su evolución futura en función de
los cambios sociales, económicos y tecnológicos de cada sociedad. Conocimiento
y pre-visión permiten, a su vez, la ordenación y planificación de dichos espacios geográficos de acuerdo con los criterios y
objetivos de cada comunidad.
Los espacios geográficos son el resultado de la variable
relación entre el medio natural, estable a la escala temporal humana hasta el
siglo XX y el medio social cambiante.
El medio social integra los espacios sociales residenciales
-- viviendas o alojamientos -- ,
productivos – agrarios, mineros, industriales, comerciales y de
servicios -- y dotacionales o de infraestructuras y equipamientos comunitarios.
El medio natural engloba los espacios naturales, fruto de la
combinación compleja y dinámica de los efectos de la atmósfera y las
características de la hidrosfera, la litosfera y la biosfera.
Los espacios geográficos constituyen la proyección espacial
de la organización y de las actividades de cada sociedad en el medio natural
que habita y que garantiza su existencia y su pervivencia.
Considero el territorio como el conjunto de los espacios geográficos de una comunidad
social local, regional, nacional, transnacional o sectorial con una organización política, jurídica y
administrativa común
Es bien conocido que muchas especies animales acotan y
marcan su espacio vital. La especie humana ha seguido esta pauta y los espacios
geográficos son, originariamente, la expresión de ese sentido de
territorialidad.
Pero la historia de la humanidad ha sido la de una
dominación y transformación creciente de la naturaleza a través del
conocimiento y su aplicación técnica. Así se ha ido sustituyendo la seguridad
de la supervivencia basada en la territorialidad por la pertenencia a una
comunidad organizada políticamente en la que sus integrantes fían su seguridad
a los derechos y obligaciones establecidos por normas. La territorialidad y, en
consecuencia la seguridad, la proporciona la condición de ciudadano o miembro
de un estado, una región, un municipio.
En la actualidad la seguridad depende del dinero y de ahí deriva el que las grandes
em-presas y las élites económicas se hayan desterritorializado, se hayan
hecho multinacionales o globales
creando paraísos financieros y fiscales o amparándose en banderas de
conveniencia. Se han independizado de la soberanía de los pueblos y de las
obligaciones propias de la territorialidad y han construido un
territorio autónomo y global con leyes propias y sin límites ni
fronteras.
A partir de estos planteamientos expongo los tipos de
espacios geográficos propios de las sociedades agrarias y de las sociedades industriales y avanzo los
que surgirán con las nuevas sociedades digitales.
Los espacios geográficos que se han sucedido a lo largo de
la historia en todo el mundo son el resultado
de la evolución del conocimiento, motor de los cambios tecnológicos, y
ha conformado la evolución de las sociedades y su proyección espacial. Los hitos de los cambios sociales son bien conocidos por su naturaleza
transformadora, las revoluciones neolítica e industrial y la digital en curso.
Cada una ha ido alumbrando sucesivamente las sociedades agraria, industrial y
digital y los espacios geográficos correspondientes.
Dedico la segunda parte de esta publicación a analizar como
se han materializado estos tipos de espacios geográficos mundiales en España y particularmente los espacios
geo-gráficos actuales resultado de el paso de una sociedad de base agraria a
otra de base industrial y de servicios en los últimos doscientos años.
Tanto para el caso general, planetario, como para el caso
español, señalo algunas de las características de los espacios geográficos que
surgirán de la progresiva implantación de la nueva sociedad digital.
Pero a la vez
considero que los territorios de
esta nueva sociedad digital no pueden ser solo el resultado de los cambios tecnológicos o la mera
proyección espacial de la organización de dicha nueva sociedad digital. Los
espacios de las sociedades agrarias han estado condicionados por el medio
natural y por las creencias en las que se ha sustentado el poder. Los espacios
de las sociedades industriales se han modelado
sobre las nuevas formas de producción y la nueva organización del poder fundamentado en los postula-dos de
las distintas fases del sistema capitalista.
Los territorios de la sociedad digital debieran conformarse
y mantenerse por la voluntad y el acuerdo de sus habitantes. En el caso de los
territorios locales ese acuerdo debe ser directo y continuo a través de la participación activa en la gobernanza
de lo común.
En resumen, propugno “otro territorio”, el territorio libremente concertado y
gestiona-do por sus habitantes, organizados democráticamente en comunidades de
proximidad
LA EVOLUCIÓN GENERAL DE LOS ESPACIOS GEOGRÁFICOS
Los espacios geográficos históricos o de las sociedades
agrarias
Desde la Revolución Neolítica hasta fechas recientes, la
historia de la humanidad ha sido la historia de las sociedades agrarias, pues
la explotación de la tierra ha sido la base de su supervivencia y el fundamento
de su arraigo en un medio natural concreto, en un lugar. Los primeros
agricultores hubieron de adaptar su modo de vida a las condiciones naturales
del entorno en su alimentación y refugio y crear comunidades sociales basadas
en las relaciones de vecindad, de
cooperación y autosuficiencia.
El sustrato terrestre y el entorno climático son los
condicionantes naturales de las sociedades agrarias.
Las características del terreno -relieve, rocas y suelos- y
su ocupación natural -vegetación, y aguas- definen las condiciones naturales y
las capacidades agroalimentarias de un
lugar. La forma en la que el agua está disponible, sea de ríos, de lagos o del subsuelo, junto a
las divisorias de aguas entre vertientes y cuencas, explican la localización
de las poblaciones y de los cultivos o de otros aprovechamientos de recursos
natura-les.
La latitud de cada
fragmento terrestre define su clima general. La orografía -altitud, pendiente y
orientación- y la localización litoral o interior introducen variaciones
climáticas locales.
Los grupos humanos se han adaptado a las condiciones
naturales a la vez que las han ido transformando progresivamente. Así el
espacio natural se ha convertido en un espacio geográfico local, en la
proyección espacial, en la huella
de la comunidad, de sus
actividades, composición y organización social, de sus normas, gobierno,
historia, y cultura.
Las comunidades de estos espacios geográficos locales han
tenido también que agrupar-se, bien para complementarse o defenderse, bien por
imposición externa y así se han constituido territorios con una organización
común fruto, la mayor parte de las veces, del reconocimiento de un poder
superior.
Tres rasgos básicos caracterizan los espacios geográficos de
las sociedades agrarias.
En primer lugar, el equilibrio, la armonía, entre el medio
natural y la utilización del mismo por sus ocupantes. Estos espacios
geográficos históricos eran una construcción que había alcanzado su plenitud
con una economía circular, sostenible y respetuosa con la naturaleza.
Expresaban el equilibrio propio de la sociedad agraria con el medio natural en
él y del que vivía basada en una relación simbiótica y no de competencia.
Estos espacios geográficos eran diferentes entre sí, como el
medio natural que los sustentaban y, a la vez, complementarios. De ahí la
diversidad espacial, la geodiversidad y la sostenibilidad del conjunto. Pero no
pocas veces, la armonía encerraba desequilibrios, por la pobreza del suelo o
por una distribución desigual de su riqueza con la apropiación desmedida por
parte unos pocos, ya fueran locales o foráneos.
Un segundo rasgo es el de la proximidad de todas las
relaciones sociales debido a la dependencia de la fuerza de los animales para
cualquier recorrido y transporte terrestre. Pero sobre todo, porque la
subsistencia colectiva sólo podía asegurarse mediante la cooperación de los
miembros del grupo local.
El tercer rasgo es el de la autosuficiencia que requiere un
conocimiento compartido por todos los miembros de la comunidad. Una visión
omnicomprensiva de la realidad, del entorno y de las actividades y medios para
mantener la supervivencia y la vida colectiva que se transmitía de forma oral y
práctica y ha pervivido parcialmente en sentencias y refranes como una rica
herencia cultural que expresaba la ocupación humana estacional y diaria a lo
largo del año.
Cada una de estas
comunidades locales se integraba con otras, más o menos próximas o
incluso lejanas, compartiendo unas creencias, articuladas en religiones, que
ofrecían protección y compensación frente a la tiranía del medio natural y las
adversidades de unas vidas siempre inciertas, dolorosas y que periódicamente
diezmaban a la población por el hambre, la peste o las guerras. Estas creencias
iban unidas a un poder político de origen divino, garantes de la seguridad y la
cohesión de los distintos espacios locales que do-minaban.
Los espacios geográficos actuales o de la sociedades
industriales
El siglo XIX la Revolución Industrial alumbra la sociedad
industrial cuya base económica se fundamenta en la reunión de máquinas,
energía y trabajadores en edificios específicos, las fábricas. A su alrededor
las viviendas acogen a los trabajadores y a los servicios que aseguran el
funcionamiento del conjunto. Los procesos manufactureros se independizan del
medio natural y los nuevos sistemas de transporte sustituyen la tracción animal
por los combustibles fósiles. La mecanización también afecta al campo, que se
vacía al emigrar los campesinos a los nuevos centros fabriles o a los
territorios coloniales donde se replican las transformaciones iniciadas en
Europa.
La nueva sociedad industrial configura los espacios
geográficos actuales de acuerdo con los cambios tecnológicos y organizativos
requeridos por la producción industrial. Los nuevos espacios son artificiales,
edificados, uniformes y repetitivos a escala planetaria frente a la diversidad
de los espacios de las sociedades agrarias. Los espacios naturales,
convertidos en fuente de recursos naturales, van perdiendo el carácter de
hábitat sostenible de la especie humana y de todas las demás que la han
acompañado a lo largo de la historia.
Los espacios de la sociedad industrial son espacios urbanos,
resultado de la concentración en edificios de personas y máquinas. Ciudades,
áreas metropolitanas, regiones urbanas conectadas entre sí e internamente por
redes de transporte, de comunicaciones y de conducciones que relacionan tanto a
los habitantes con sus trabajos, con sus actividades sociales, con los
espacios de ocio y turismo, como a las mercancías con los suministros para la
fabricación o productos para la comercialización final.
Los espacios urbanos subordinan a todos los demás espacios y
aprovechamientos y los configuran según sus necesidades. Edifican el medio
natural para el ocio y el turismo de los habitantes urbanos, rompen la
estacionalidad y las condiciones naturales de la producción agroganadera con
edificaciones efímeras de plástico o instalaciones duraderas, introducen
masivamente la mecanización, el riego, el control de semillas, el abonado o la
eliminación química y contaminante de las plantas no útiles, etc., para
garantizar producciones intensivas y
fuera temporada. Además, los espacios agrarios se especializan con
monocultivos, suprimiendo la diversidad
y complementariedad de la actividad agraria tradicional. La demanda urbana y la
optimización de los beneficios de los capitales urbanos o multinacionales son
los que dirigen las transformaciones. Como contrapunto a la concentración
urbana, se produce el vaciamiento del campo, la despoblación rural, mientras
se recurre a inmigrantes temporeros para cubrir los trabajos agrarios no
mecanizables.
La urbanización masiva genera enormes desequilibrios
económicos, sociales y territoriales. En efecto, la concentración urbana se
convierte en una gigantesca fuente de beneficios para unos pocos y unos costes
extraordinarios para la mayor parte de la población que queda atada a trabajos
poco remunerados y a obligaciones de vivienda o transporte y servicios muy
onerosos. El modo de vida urbano descansa sobre un valor artificial del suelo,
sobre la utilización de energía contaminante para el movimiento continuo, sobre
la ruptura de todos los lazos comunitarios y sobre la creciente especialización
de los bienes y servicios ofrecidos desde los monopolios económicos que
condenan a la impotencia dependiente a sus habitantes. Las infraestructuras de
transporte, a cargo de los presupuestos públicos, permiten extender
indefinidamente el suelo urbano en horizontal y en altura y privatizar la
multiplicación de su valor. Todo ello requiere
financiación y correlativamente, un endeudamiento particular y público
en beneficio del sector bancario y financiero.
Los nuevos espacios geográficos son espacios artificiales
que esquilman el medio natural utilizándolo como soporte de sus edificaciones e
infraestructuras, como recurso hídrico, energético o de materiales, como
vertedero de sus residuos sólidos, líquidos o gaseosos o como espacio de
consumo para el ocio de los habitantes productivos.
Los nuevos espacios urbanos, al ser independientes del medio
natural, no necesitan ni favorecen la geodiversidad que caracteriza a los
espacios históricos. Al contrario, ex-tienden la uniformidad espacial a todo el
planeta, a la par que el proceso de deslocalización industrial. Resultan de la
aplicación de los principios de estandarización, repetición de modelos y
procedimientos y de la reducción de
costes que esto implica. La uniformidad espacial se va extendiendo a todos los
sectores (construcción, alimentación, vestido, ocio...)
La ruptura de la relación de interdependencia con el medio
natural acaba con el sentimiento de pertenencia a un territorio y comunidad
local, es decir, con la territorialidad y la vecindad como base de cohesión
social y se sustituye por la del estado-nación como ámbito de la soberanía de
los ciudadanos. Efectivamente la revolución industrial alumbra nuevas clases
sociales, la de los propietarios de la riqueza y la de los trabajadores
asalariados y con ellas el proceso de formación
de los nuevos estados-nación. Son los estados-nación los que, con formas
de gobierno centralistas o no, integran distintos tipos de espacios naturales.
La seguridad y supervivencia de los individuos pasa a ser garantizada por los
nuevos estados. La cooperación de las sociedades locales tradicionales se
sustituye por el individualismo. Las nuevas fronteras marcan la pertenencia a
estas comunidades nacionales y el ámbito de su seguridad y sus derechos
individuales frente a terceros.
A lo largo del siglo XX se internacionaliza la sociedad
nacida de la revolución industrial y la generalización del libre comercio
organiza el mundo sobre la división territorial del trabajo y la
especialización geográfica. El comercio ya no es de espacios complementarios
sino de espacios especializados a escala planetaria, monofuncionales o poco
diversificados y, en consecuencia, económicamente dependientes. La
globalización de los intercambios apoyada por una movilidad universal de
personas, mercancías y datos alumbra una economía de mercado mundial.
Esta mundialización es el resultado de una cooperación
impuesta por unos países a otros y por
unas clases sociales sobre otras. La seguridad proporcionada históricamente por
la comunidad es trasladada al Estado y finalmente acaba, en buena parte,
privatizada en favor de actores financieros internacionales, haciéndose, por
tanto, dependiente de la capacidad económica de cada persona. En los países
menos desarrollados y en algunos desarrollados, la seguridad comunitaria se
transfiere directamente al sector privado, dejando a la la mayor parte de la
población en el desamparo y la penuria o en la obligada y penosa emigración.
Igualmente, la economía de mercado subordina el medio
natural, un patrimonio de toda la humanidad, a la rentabilidad inmediata para
unos pocos, alterando las leyes de funcionamiento de la naturaleza y
provocando un cambio climático global.
Rompe, también, el equilibrio
tradicional del mundo rural con la naturaleza y el respeto de la biodiversidad
con la contaminante agroganadería industrial basada en el control de semillas y
razas por pocas empresas multinacionales. La globalización
resulta ser el instrumento de explotación de todo el planeta y sus habitantes
por único sistema económico, el
capitalismo. Ante problemas globales las soluciones son individuales, como es
el caso de la contaminación o de las pandemias. Solo se protege a los estados o
a los individuos ricos.
Los principios de la sociedad industrial, individualismo,
división y especialización del trabajo y desigualdad tienen también su
proyección espacial.
Regiones e incluso países enteros se hacen dependientes de
una mano de obra barata y temporal, de un recurso minero, de un monocultivo o
de una actividad económica como el turismo o las industrias contaminantes. Y
esta especialización económica y espacial es siempre controlada desde centros
financieros externos directamente o a través de agentes e intermediarios
locales.
En las ciudades el suelo se parcela por usos y las
edificaciones residenciales se reparten espacialmente según sea la renta de sus
habitantes. La conexión entre las distintas zonas funcionales o residenciales
requiere infraestructuras y medios de transporte públicos o privados. Puede
haber peculiaridades en cada ciudad, pero la regla general es que el con-sumo
de bienes y espacios públicos sea mayor para los que menos contribuyen a su
construcción y mantenimiento, para los habitantes de las periferias
ajardinadas y de menor densidad, con mayor riqueza y capacidad de consumo y,
por ende, la más contaminante.
La concentración industrial y urbana iniciada en Europa se
replica en sus colonias: se impone con el imperialismo, con el reparto del
mundo en bloques tras las guerras mundiales, con el colonialismo laboral tras los procesos de independencia y
desaparición de los bloques y, actualmente con el colonialismo financiero y
tecnológico.
El colonialismo laboral se realiza mediante el traslado
–deslocalización– de las actividades fabriles a países con bajos costes
salariales, escasos derechos laborales y reducida o nula protección ambiental.
En paralelo se produce el colonialismo financiero a través de los organismos monetarios y
bancarios internacionales y finalmente,
el colonialismo tecnológico, amparado por los derechos de propiedad
intelectual y de patente y el monopolio de las aplicaciones de la movilidad y
el transporte Este colonialismo multiforme -neocolonialismo- se une al
colonialismo cultural y se completa con el control de los me-dios de
comunicación y de los datos particulares.
La naturaleza y dimensión de los espacios urbanos actuales
varían según las actividades productivas que acogen o la posición que tienen en
el sistema de transportes y comunicaciones mundial, es decir, según su
importancia como puerto, aeropuerto, estación ferroviaria de alta velocidad,
intercambiador en un corredor ferroviario transnacional, nudo de autopistas o
nodo de fibra óptica transcontinental o internacional. Y, naturalmente, su
nivel como centro de poder político, económico o financiero
De forma general, los efectos de la concentración de
población, de actividades, de conocimientos o de riqueza, tienen efectos
negativos y cuestionan la viabilidad de los espacios geográficos nacidos de la
revolución industrial.
Los espacios geográficos actuales basados en la movilidad
continua dentro de cada espacio urbano y entre los distintos espacios urbanos,
rompen las relaciones sociales de convivencia basadas en la proximidad, la
cooperación, la integración con el medio natural, el sustento con productos
cercanos y la autosuficiencia local introduciendo unos enormes costes
personales y colectivos.
Pero además, se produce una movilidad temporal de forma
permanente y global. Ahora los cambios son muy rápidos y planetarios, es decir,
afectan a toda la especie humana y a todo el planeta. Cabe preguntarse,
entonces, si la humanidad tiene capacidad de adaptación u opciones
alternativas, si la contaminación y explotación de los recursos naturales no
cuestionan la sostenibilidad medioambiental, si la creciente desigualdad, la
explotación laboral, la ruptura de los lazos comunitarios o la proliferación
de enfermedades contagiosas no abocará a los espacios geográficos industriales
al colapso y con ellos al medio natural y a la especie humana.
Ante la percepción, cada vez más extendida de esta
situación, se formulan alternativas tales como establecer Objetivos de
Desarrollo Sostenible, realizar la transición energética, paliar la
contaminación y sus efectos en en el clima o detener la esquilmación de los
recursos naturales. Sin embargo, estas iniciativas van orientadas a reforzar el
modelo productivo, económico y espacial existente, o sea, a la desregulación y
privatización, a la prevalencia de los intereses privados sobre los públicos,
aunque se envuelva en un discurso legitimador.
Es una una pretensión estéril. En primer lugar porque la
Sociedad Digital tiene otros fundamentos que apuntan a una remodelación e
incluso transformación de los espacios geográficos como ha ocurrido a lo largo
de la historia cuando las bases materiales de la existencia humana se han
modificado.
Pero también, porque cuando en muchos aspectos, el medio
natural ha dejado de regirse por las leyes de la naturaleza, no parece posible
volver a la situación precedente. Es más, cuando los recursos naturales no se
consideran un capital colectivo a mantener sino una fuente de rentas particulares,
tanto mayores cuanto mayor sea su consumo, lo que se pone en cuestión es la
propia subsistencia de la especie humana.
Finalmente, porque es inviable la sostenibilidad si depende
de una movilidad continua y planetaria de vehículos particulares que mantiene
una sociedad consumista,
individualista, insolidaria y
dependiente de las estrategias de poderes
monopolistas multinacionales financiados, además, con dinero público.
Los espacios geográficos futuros o de las sociedades
digitales
A partir del último cuarto del S. XX se está produciendo la
Revolución Digital que va acompañada de una transformación de las clases
propietarias y trabajadoras de la época industrial. Las grandes empresas
motoras de ese cambio tecnológico van sustituyendo en el liderato a las
empresas fabriles y energéticas de la sociedad industrial que pierden pe-so y
muchas se reconvierten o desaparecen. La crisis económica desatada en 2008 y la
pandemia de 2020 están acelerando estos cambios. Las grandes empresas
tecnológicas se benefician promoviendo la sustitución de lo real por lo virtual
y la materialidad de los bienes por su
valor atribuido en el mercado global o de la deuda contraída con las entidades
creadoras de dinero. El sistema financiero se independiza de la economía real y
somete a los estados, a las empresas y a los ciudadanos a través de la
generación de deuda, de instrumentos monetarios transnacionales o de opacos
acuerdos de comercio y, así, quiebra las soberanías políticas tradicionales.
Las actividades industriales ya ocupan a una parte reducida
de la población activa y ca-da vez más se automatizan y se robotizan. También
se modifican las relaciones laborales, los tipos, las formas y los lugares de
trabajo a la vez que éste se precariza, se abarata y se trasladan los costes
sociales a los propios trabajadores.
Estos cambios hacia una sociedad digital son consecuencia de
los rápidos y extraordinarios avances científicos y tecnológicos. La
digitalización y mercantilización de
todas las actividades humanas alumbra nuevas formas de organización social y,
previsiblemente, su proyección espacial dará lugar a nuevos espacios
geográficos.
Las fuentes de energía fósil, la concentración urbana de
fábricas y viviendas y los me-dios de transporte privados fueron los pilares de
los espacios geográficos de las sociedades industriales, pero cada vez más se
camina hacia las energías renovables dispersas, la producción fabril
distribuida, los servicios telemáticos y el comercio online. Estos hechos
alumbran una difusión espacial de la población y de sus actividades y con ello
puede iniciarse una recuperación de la
convivencia social y la integración con el entorno natural.
Además la pandemia actual ha puesto en evidencia la
fragilidad del modelo de globalización
y suscitado, a los países desarrollados, la conveniencia de renacionalizar sus
em-presas, diversificar su economía, evitar los cortes de las cadenas
suministro, garantizar la autosuficiencia del mercado nacional y reforzar su
soberanía.
Sin embargo, la necesaria reconversión de los espacios
geográficos industriales hacia los propios de una sociedad digital choca con
las resistencias de la organización productiva, económica y social. En efecto,
los poderes económicos propugnan utilizar la lucha contra el cambio climático y
la degradación del planeta para financiar públicamente a las em-presas privadas
la transición energética hacia energías renovables, la digitalización de los
procesos productivos y de máquinas o la conducción autónoma de los vehículos.
De esta forma, se elude afrontar cambios
en los modos de vida para que estos no
requieran la movilidad permanente, la expansión suburbana en las ciudades, la
privatización de los servicios públicos y la pérdida del control del agua, las
fuentes de energía fósiles o renovables o de los soportes naturales de nuevas
formas de alimentación cada vez más artificiales.
Pero cada vez está más extendida la percepción de que las
formas de vida actuales aten-tan contra la salud y la naturaleza de la especie
humana y producen el deterioro irreversible del clima y de los ecosistemas. Y,
en consecuencia, surgen movimientos
sociales que reclaman recuperar la armonía con el medio natural, la
proximidad de la vivienda con las instalaciones de trabajo, comercio,
educación, salud y ocio, la participación en las tareas y servicios
comunitarios así como el uso de medios de transporte no contaminantes.
El cuidado del planeta y de su biodiversidad y exigen un
cambio en los modos de vida y de relación, la reordenación de los espacios
urbanos actuales y la difusión espacial en el medio rural de las actividades y
de las poblaciones actualmente concentradas en grandes ciudades.
El bienestar social, la justicia, la calidad de vida y la
sostenibilidad pasan por la reconstrucción de comunidades sociales que superen
el individualismo consumista, competitivo e insolidario y el sometimiento a la
ficción de una ubicuidad destructiva. Compartir, colaborar y repartir
equitativamente los resultados deberían ser los fundamentos de la nueva
sociedad y de los espacios geográficos que construya.
La toma de conciencia de que la vida descansa sobre el
respeto del medio natural y la capacidad de la especie humana de adaptarse a
las nuevas transformaciones suscita la necesidad de diseñar espacios
geográficos futuros sostenibles. Como señala el Panel Intergubernamental de
Biodiversidad de Naciones Unidas, la "explotación insostenible" de
recursos que lleva a la alteración del clima y a las extinciones masivas de
especies son el origen del surgimiento de nuevas enfermedades planetarias. La
pandemia no es la causa de una
catástrofe económica global sino, al revés, la consecuencia. Y lo mismo ocurre
con el cambio climático y la destrucción de la biodiversidad.
Durante milenios, los espacios geográficos históricos se han
mantenido sobre el equilibrio con el medio natural, la estabilidad y la
seguridad personal, la pertenencia y el am-paro grupal y la convivencia en un
entorno próximo y conocido. Los cambios eran, además de pausados, locales y,
por tanto, no amenazaban la capacidad de adaptación de la especie humana ni
alteraban la naturaleza de los individuos y sus modos de vida y de relación.
Es necesario recuperar una relación respetuosa con el medio
natural, construir “otro territorio”, para conseguir una sostenibilidad global
y habrá que hacerlo partiendo de que estamos ya en una sociedad altamente
urbanizada y, en gran medida, digital.
Para ello los espacios urbanos tendrán que adaptarse a las
necesidades de las comunidades vecinales que se formen a partir de la integración
de varios edificios residenciales. Serán los oikos como denominaban en la
Grecia antigua a los espacios básicos de convivencia y sustento, que entonces
se aplicaba a la familia extensa o clan.
Los núcleos de población serían, así, agregaciones de espacios
de convivencia, ámbitos de vida, trabajo, relación, atención y cuidados
interpersonales, ocio, comercio y de servicios básicos autosuficientes,
autogestionados y completos.
Aunque la nueva sociedad digital va a transformar los
espacios geográficos actuales, este proceso debe ser dirigido y acelerado desde
el sector público y con la participación activa de las comunidades locales.
En efecto, el motor de las transformaciones espaciales
tendrá que ser la acción pública promoviendo la redistribución de las
actividades productivas en el territorio acompañada de políticas de viviendas y equipamientos correctores de
la concentración urbana Esta reordenación territorial debe procurar la
adaptación espacial a las nuevas condiciones de la sociedad digital y garantizar
el mantenimiento de la biodiversidad y el equilibrio cli-mático evitando la
subordinación al mercado, fuente de todos los desequilibrios que atentan el
desarrollo social equitativo, la
sostenibilidad del planeta y la salud de la especie humana.
La ordenación territorial implica actuar remodelando las
concentraciones urbanas, repoblar y reactivar los espacios rurales y
desestacionalizar, diversificar y
complementar con otras actividades productivas y de cuidados personales los
espacios turísticos.
Pero estas actuaciones públicas generales se deben apoyar en
la participación activa y continua de los ciudadanos integrados en espacios
vecinales autosuficientes con una regulación jurídica y una organización
política de participación y gobierno que garantice, en ese espacio
vecinal, competencias y su autogestión. En los espacios urbanos o
en los rurales, donde así lo decidan sus
habitantes, se constituirán estos espacios vecinales englobando el conjunto de
edificaciones que aseguren la complementariedad de las viviendas con las
dotaciones, servicios y lugares de trabajo para un nivel básico de
autosuficiencia.
La zonificación del espacio urbano, la discrecionalidad de
los planificadores, la convergencia de multitud de administraciones con sus respectivas
leyes, normas, estructuras políticas y administrativas, han desposeído a los
ciudadanos de su capacidad de decisión limitándoles a la condición de súbditos
susceptibles de ser perseguidos, multados por los incumplimientos y, además, expropiados de todo lo público o del
incremento de su valor por los efectos de la planificación en favor del sector
privado.
La alternativa al impuesto modelo de la ciudad actual, la
ciudad productiva de esta época industrial, es el modelo de ciudad
mediterránea con varios siglos de existencia. La ciudad mediterránea ha sido
un espacio urbano de escala humana, de
movilidad peatonal, de convergencia de lugares de trabajo, comercio, deportes,
artes, ocio, de vecindad y cuidados comunitarios, de atención sanitaria, educativa,
asistencial etc. Ciudades que disponían de espacios públicos de gran calidad y
vitalidad: las calles con sus comercios y bares, las plazas, los parques, los
mercados y mercadillos, los teatros y centros cultura-les…, lugares de
socialización de sus habitantes. Donde estas características se mantienen, al
menos en parte, siguen proporcionando una gran calidad de vida y una
apreciación alta por parte de quienes las visitan.
La recuperación del modelo urbano mediterráneo requiere la
partición de las concentraciones urbanas actuales en los antes citados
espacios vecinales autogestionados.
En el medio rural un conjunto de municipios pueden conformar
espacios comarcales autosuficientes, es decir, con una dotación de
infraestructuras, servicios y actividades productivas básicas y un transporte público fluido, eficiente y
no contaminante entre los distintos núcleos. Esta sería la forma de aprovechar
estos activos espaciales históricos, conservar el patrimonio cultural y
arquitectónico y facilitar la descongestión de los espacios urbanos. La
población no activa de los núcleos urbanos puede instalarse en el medio rural y
tener una gran calidad de vida, prestarse cuidados mutuos y realizar una
custodia, regeneración y conservación del medio natural.
En resumen la calidad de vida y la autonomía vital requieren
un nuevo modelo territorial que permita la reducción del tiempo dedicado a la
producción y a los desplazamientos y la disminución de los gastos,
particularmente los vinculados a la adquisición de vivienda, vehículos, energía
o abastecimientos o al pago de las deudas para atender dichos gastos y a los
costes de la intermediación bancaria. Pero los efectos positivos de este nuevo modelo
territorial solo se harán efectivos a través de una participación directa y
continua de las comunidades vecinales implicadas.
LOS ESPACIOS GEOGRÁFICOS DE ESPAÑA
España, un territorio urbanizado
Actualmente la población española se concentra en espacios
geográficos urbanos como consecuencia de las transformaciones, en los últimos
doscientos años, de una sociedad agraria en una sociedad industrial y ésta en
una sociedad de servicios, a su vez en proceso de cambio hacia una sociedad
digital.
En líneas generales, los nuevos espacios geográficos
contraponen un gran crecimiento urbano del centro madrileño y de la periferia y
un despoblamiento generalizado de las zonas rurales del interior.
En el mapa de la
variación de la población de 1900 a 2015 se puede apreciar el resulta-do
del proceso migratorio del campo a las ciudades y del interior a la periferia y
en con-secuencia, la urbanización del litoral y el vaciamiento poblacional del
interior, salvo la concentración central madrileña y algunas ciudades
interiores con funciones de administración provincial o regional y localizadas
en los ejes autoviarios o ferroviarios.
Los espacios interurbanos se han vaciado de población y
funciones y son dependientes de los espacios urbanos, adaptando sus
aprovechamientos agrarios a las demandas urbanas nacionales e internacionales
y abandonando la agricultura tradicional. En los lugares con aprovechamientos
agrarios intensivos se ha generado una agroindustria y por tanto una modalidad
de agrociudades que en el caso del litoral se acompaña con aprovechamientos
pesqueros y también turísticos. En cambio el interior vaciado se aprovecha para
una ganadería intensiva altamente contaminante y para grandes instalaciones de
generación eléctrica eólica, termosolar y fotovoltaica contribuyendo así a
deteriorar y despoblar más aún el medio rural, a la desaparición de la
vegetación y la fauna natural y los
aprovechamiento agroganaderos tradicionales y a crear un paisaje desolador
El sistema urbanopeninsular se ha configurado en tres niveles según el volumen de su población y el alcance y la especialización
de sus actividades.
Las áreas metropolitanas o regiones urbanas tienen
proyección nacional e internacional ya que concentran una gran población,
actividades económicas, medios de transporte aeroportuarios, portuarios,
ferroviarios de alta velocidad, autoviarios de alta capacidad, nodos de redes
de información y comunicaciones digitales, y centros de formación superior e
investigación
Un segundo nivel lo conforman las ciudades administrativas y
de servicios con proyección provincial o regional situadas la mayor parte
entre la región urbana madrileña y la periferia litoral. Alguna de estas ciudades
ha incrementado su población al haber adquirido la condición de capital
regional, pero sobre todo, al ser
intercambiadores en las infraestructuras de transporte terrestre
transnacionales y localizarse en ellas actividades industriales o logísticas.
Finalmente los centros urbanos comarcales con funciones
comerciales y de servicios a su entorno rural. En algunos casos tienen
actividades industriales relacionadas con la explotación del medio natural o
con una ventajosa situación en relación con los sistemas de transporte
históricos.
Las actuales regiones geográficas de España
Las transformaciones
de la Revolución Industrial cristalizan, a partir del siglo XIX, en tres
grandes conjuntos o regiones geográficas, el dinámico y complejo litoral, el
agrario y despoblado interior (salvo el área metropolitana madrileña y los ejes
castellano, andaluz y del Ebro, apoyados en sus capitales regionales ) y el
insular y turístico de Baleares y Canarias. Dentro de cada uno de estas
regiones se identifican distintos subconjuntos y espacios geográficos:
Regiones geográficas periféricas o litorales
• El eje
litoral Atlantico de Vigo al Ferrol y que se continua hasta Oporto.
• El eje
litoral Cantábrico con los puertos de Gijón, Santander y Bilbao como centros
metropolitanos.
• El
eje mediterráneo-catalán con Barcelona como gran centro metropolitano
• El eje
mediterráneo-levantino de las comunidades valenciana y murciana con Valencia
como centro metropolitano.
• El eje
mediterráneo-andaluz de Algeciras a Almería con
Málaga como centro metro-politano.
• El eje
atlántico-andaluz de Huelva, Sevilla y el Marco de Jerez, con Sevilla como
cen-tro metropolitano.
Regiones geográficas interiores
• El área
metropolitana de Madrid con proyección global es además, centro del poder
político, económico y administrativo del Estado.
• El eje
industrial castellano de Miranda de Ebro, Burgos, Palencia y Valladolid.
• El eje
industrial del Ebro con Logroño, Pamplona y Zaragoza
• El área
de la España vaciada que incluye la mayor parte
de Castilla y León, Castilla la Mancha, Extremadura y Aragón (salvo los
corredores o ejes antes citados).
• El área
de Galicia interior de poblaciones y explotaciones agrícolas pequeñas
• El área
de Andalucía interior de poblaciones y explotaciones agrícolas grandes.
Regiones geográficas insulares
• Las islas
turísticas de Baleares
• Las islas
turísticas de Canarias
Sin embargo la delimitación de estos ejes o áreas no
responde a los conceptos tradicionales de concentraciones urbanas o dispersiones rurales. Por el contrario hay
que considerar como espacios
urbanos todos los núcleos conectados y
sujetos a una movilidad diaria de carácter laboral. Y el vaciamiento rural es
la expresión del aislamiento. Pero un aislamiento relativo ya que en muchos
casos se produce una conexión estacional de carácter vacacional con
residencias secundarias o sistemas de alojamiento turístico nuevos.
Desde esta perspectiva es muy interesante la aportación de
José Manuel Gómez Giménez con su delimitación de las regiones funcionales de
la Península Ibérica a partir de los flujos laborales interurbanos en 2011. En
el mapa se pueden apreciar los espacios fronterizos entre provincias, regiones
o entre España y Portugal como espacios vacíos, espacios rurales de agricultura
extensiva, de carácter natural o simplemente improductivos. También son
expresivas los tonos claros de las regiones funcionales que contraponen los
centros urbanos con sus entornos
definiendo áreas rururbanas, es decir con actividades del sector
primario pero conectadas con un mayor o menor número de centros urbanos de actividades terciarias o, en algunos casos
secundarias.
El proceso de construcción de los espacios geográficos
actuales
La singularidad geográfica de España, en relación a su
entorno europeo, proviene de un medio natural muy variado y del retraso en la
implantación generalizada de la organización económica y social industrial. La
integración en la Unión Europea, la
atención a una explosiva demanda
turística junto al éxodo rural de la segunda mitad del siglo XX ha
requerido una ingente edificación de viviendas y alojamientos y la
paralela construcción de nuevas
infraestructuras y equipamientos para
dar soporte a las actividades y a la movilidad en los nuevos espacios
geográficos surgidos en este proceso. Por esta razón, las infraestructuras
urbanas de transportes y comunicaciones
son más modernas y tecno-lógicamente más avanzadas que las de su entorno
europeo. Por contra, el tejido industrial se mantiene solo en las zonas donde
inicialmente se implantó y posteriormente, con la entrada en la Unión Europea,
se reconvirtió, cuando no desapareció, como es el caso de la industria pesada.
Así, el sector industrial es reducido y concentrado desde el punto de vista
geográfico, no habiendo sido una
alternativa local al excedente de mano de obra campesina y por tanto al
despoblamiento rural.
Los espacios geográficos actuales de España derivan, pues,
del paso de una economía agraria a otra industrial y de servicios bajo los
principios del sistema capitalista. Esta transformación se inicia en el siglo
XIX en el País Vasco y Cataluña y se generaliza a finales del siglo XX.
Con la industrialización se produce el éxodo rural y el
crecimiento urbano. Las ciudades tradicionales acogen las nuevas actividades
productivas y a los trabajadores provenientes del medio rural, viéndose
obligadas a romper los viejos recintos amurallados y promoviendo en su entorno
los higiénicos ensanches burgueses o los núcleos dormitorio para los
trabajadores asalariados en el
extrarradio. A partir de entonces, el crecimiento de las ciudades es continuo, tanto en extensión como en altura.
Este crecimiento se realiza con los principios de nueva
sociedad industrial, la segregación social y la especialización funcional del
suelo, y da lugar a una gigantesca apropiación de las plusvalías por la
calificación del suelo como urbano, la construcción sobre ese suelo
revalorizado y la prestación de los servicios a los nuevos pobladores.
Lo que diferencia a
España de los principales países europeos es el retraso y la debilidad de la
industrialización española y, por tanto, el tardío abandono del campo. Este
retraso se debe, en parte, a la guerra
civil de 1936-39, al aislamiento posterior
y a la larga per-vivencia del régimen dictatorial y autárquico vencedor.
El arraigo de la pequeña propiedad en el campo en el norte, el poder de los
grandes terratenientes en el sur y la red de empresarios dependientes de las
concesiones y rentas del estado centralista, contribuye-ron a mantener esa
diferencia con respecto a Europa. En el mismo sentido fueron definitivos el
amparo ideológico de la iglesia, las estructuras jurídicas y funcionariales
endogámicas y el respaldo de un ejército siempre dispuesto a intervenir para
mantener a las oligarquías terratenientes y a los poderes provincianos.
Así se excluyó e incluso se eliminó a
los representantes de las nuevas clases sociales surgidas de la revolución
industrial en las zonas periféricas y a los ilustrados defensores de las ideas
democráticas y liberales.
De este modo, se
consolidó un capitalismo rentista de los recursos naturales, las
explotaciones agrarias, los puestos de trabajo en las administraciones y
empresas públicas, las concesiones y
contrataciones de obras y servicios públicos y de las calificaciones
urbanísticas del suelo.
Esta economía rentista es una constante histórica desde la organización del poder y la riqueza
en el siglo sexto con adaptaciones a los sistemas económicos que se han
sucedido desde entonces. Donde antaño era la tenencia del suelo rústico la fuente de la riqueza, en la segunda mitad
del siglo XX ha sido la del suelo urbano y de las construcciones que sobre su
revalorización se han producido.
El origen de esta organización del poder es la unificación
religiosa de los fragmentados reinos de la Península Ibérica con la conversión
al catolicismo del rey visigodo
Recaredo. El III Concilio de Toledo en el año 589 crea una monarquía
teocrática en alianza con la iglesia
católica y el soporte de los guerreros de fortuna. 100 años después se
fortaleció en una larga guerra de
religión y de reconquista frente al Islam
y al final contra el judaísmo. Y terminada esta reconquista se continuó con la colonización americana con la apropiación de los bienes y
el sometimiento de las poblaciones indígenas a la lengua, cultura y religión
de los conquistadores. Solo en el breve periodo de la II República se cuestionó
este orden teocrático y la consecuencia fue una nueva cruzada, una
restauración de la monarquía y una nueva persecución a los disidentes
ideológicos o los nacionalismos periféricos.
Solo el paso de la sociedad de base agraria a otra de base
industrial obligó a una
transformación de la
organización política y de la
administración territorial. A comienzos del siglo XIX España rompe con las demarcaciones del Antiguo Régimen - desde las establecidas por el rey visigodo Recaredo a las importadas de la
Francia de Luis XIV, al igual que la dinastía Borbón, por su nieto Felipe V en
1715 - y se convierte en un estado
centralista. Desde Madrid, corte real y
capital de España, se gobierna el Estado a través de una administración periférica localizada en las capitales de las nuevas
demarcaciones provinciales de 1833, las provincias, o en las cabezas de los
partidos judiciales en el caso de la administración de justicia.
La Constitución de 1978
introduce en España una organización territorial descentralizada con el
reconocimiento de nacionalidades y regiones autónomas que asumen competencias de servicios sociales y territoriales públicos.
La organización territorial del siglo XIX utilizó los
espacios geográficos históricos basa-dos en la adaptación de las sociedades
agrarias a su entorno natural. De ahí su aceptación y pervivencia. Cuando se
pasa a un Estado descentralizado, el de
las Comunidades Autónomas, éstas se delimitan a partir de los antiguos reinos,
del principado de Asturias y del Señorío Vasco. Solo se produce la unión del
Reino de León con el de Castilla la Vieja, del que se segregan para constituir
comunidades uniprovinciales Cantabria y Rio-ja, al igual que Madrid, que se
excluye del reino de Castilla la Nueva.
La nueva organización territorial expresa, como ya he
señalado, las transformaciones económicas y sociales de finales del siglo XX.
En estas décadas el abandono del campo da lugar a las grandes concentraciones urbanas de Madrid, las
periféricas de las zonas industriales o
las más reducidas de las capitales regionales o provinciales. A ello se ha unido la urbanización casi
continua del litoral. La sociedad deja de ser agraria, y en buena parte
industrial, para convertirse en una sociedad urbana dedicada a las actividades
de administración, comercio, servicios y
ocio.
El crecimiento urbano une a los principios de zonificación
de usos y segregación social en los
espacios residenciales la discrecionalidad en la delimitación de los suelos
urbanos y urbanizables y la privatización de la edificabilidad asignada a cada
uno de ellos.
En estos suelos revalorizados por su calificación urbana se
promueven las construcciones para acoger
a las nuevas actividades productivas y a
las viviendas para la población procedente
del campo o de su crecimiento vegetativo. Así las ciudades y sus áreas
metropolitanas se han convertido en una gigantesca y continua fuente de
enriquecimiento de quienes las construyen, equipan, proveen de agua, energía y
servicios y procuran la movilidad interzonal a quienes las habitan. El motor de
estos procesos ha sido la generación de
deudas de por vida mediante la financiación inmobiliaria que conlleva la creación de dinero con sus
intereses, verdadero soporte del negocio financiero y de su voraz necesidad de
crecimiento continuo. A su vez estas relaciones de dependencia o de fidelización a los bancos alimenta un
modo de vida individualista, competitivo e insolidario.
Este proceso urbanizador no ha ido acompañado, salvo en
algunas zonas, por industrias básicas, como las pesadas o las de bienes de
equipo. De ahí que las principales actividades industriales desde mediados del
siglo XX hayan sido las de montaje y la
construcción con sus respectivas empresas auxiliares. En este periodo la principal
fuente de enriquecimiento ha provenido de la transformación de suelos rústicos
en edificables, crean-do nuevas clases rentistas, las de los terratenientes de
suelo urbano, los constructores y los concesionarios de servicios públicos
urbanos. Y a su vez la mayor parte de los destinatarios de las viviendas
construidas hayan sido los empleados en actividades de administración y
servicios o los turistas temporales o incluso estables.
El abandono del campo se produce cuando la actividad agroganadera se mecaniza,
incorpora las últimas tecnologías, los cultivos se independizan, en parte, de
las condiciones naturales, las explotaciones agropecuarias se convierten en
empresas que integran capitales externos y acaparan las subvenciones de las
políticas agrarias europeas.
La consecuencia es la generación de los grandes excedentes
de trabajadores agrarios y en consecuencia una obligada migración a las
ciudades. Si en 1970 el 29,3% de la
población activa se dedicaba a la agricultura y la pesca en 2016 solo lo hacía
el 4,4 %. Y los trabajos agrícolas de
difícil o costosa mecanización, como la recolección de las cosechas, se
realizan con contratos precarios y temporales a trabajadores procedentes de
países con menor nivel de renta y poca cobertura social.
Como alternativa al éxodo rural hacia las tradicionales
zonas industriales peninsulares o a Europa, se ponen en marcha, a partir de
1964, los Polos de desarrollo industrial
de Valladolid, Vigo, Burgos, La Coruña, Zaragoza, Sevilla, Huelva, Granada,
Oviedo y Córdoba. Se trataba de fijar la población rural en los centros
urbanos próximos y a la vez extender la industrialización fuera de Cataluña y,
para el franquismo, de las “traidoras provincias vascongadas”.
Los Polos de desarrollo industrial sirvieron para
atraer al sector automovilístico foráneo
con plantas de montaje que a su vez promovieron una industria auxiliar de
componentes. El éxito de estas nuevas implantaciones industriales fue
compartido con las existentes de Madrid -Barreiros – o Barcelona -Seat- o las
nuevas de Valencia y Vitoria - Gasteiz.
Pero, a pesar del impulso a través de los Polos de
desarrollo, la actividad industrial sigue este mismo proceso que la actividad
agraria: En 1970 ocupaba al 25,3% de la población activa mientras en 2016 se
había reducido al 13,9%. Este descenso de la actividad industrial a casi la
mitad fue debido, inicialmente, a la desaparición de las actividades mineras,
especialmente la del carbón por su baja calidad y dependencia de la
siderurgia, y otras propias de la
autarquía de posguerra y a la reconversión de la siderurgia, la actividad
naval y la producción de bienes de equipo con la entrada en el Mercado Común
Europeo.
Posteriormente se produce
la privatización de las empresas públicas energéticas, de
comunicaciones, de infraestructuras de transporte, mineras... y su paso a la
dependencia de capital extranjero después de dejar a los herederos del franquismo enormes
fortunas. El amplio sector público controlado por una oligarquía franquista se
privatiza en su beneficio cuando por el cambio político podía perder su
control. Y la entrada en la Comunidad Europea también permitía al sector
financiero hacerse con parte de este
pastel. Este pro-ceso se ve acentuado en la crisis de 2008 con los rescates
bancarios y la expropiación a favor de fondos multinacionales de las
propiedades públicas de viviendas y la privatización de la educación, la
sanidad, los incipientes, parciales y desiguales cuidados a mayores o dependientes y los
servicios municipales.
A la vez se consuma
el vaciamiento económico de las regiones interiores y periféricas
mediante la concentración de las
empresas industriales, energéticas y de cajas de ahorros formando oligopolios
y concentrando sus sedes en Madrid.
En paralelo a todos estos procesos de desindustrialización
se produce una deslocalización de la actividad manufacturera hacia terceros
países con mano de obra barata y con pocos derechos sociales.
Así se llega a que en 2016 el 4,4% de la población activa en
la agricultura suponga el 2,6 % del PIB. Y en el caso de la industria su 13,9
de activos aporten el 17,8%, del
PIB de España.
Estos procesos explican la alta tasa de desempleo
estructural de la economía española, con una media superior al 15% en los
últimos cuarenta años. A la vez, se ha producido una importante inmigración
para cubrir los puestos de trabajo de menor remuneración y mayor temporalidad.
La forma de compensar, en parte, las pérdidas de empleo en
el sector primario y secundario ha sido el impulso de un modelo productivo
basado en mano de obra no cualificada que atiende el ocio y el turismo de las
poblaciones urbanas, inicialmente nacionales, más tarde europeas y en la
actualidad internacionales. El medio natural, el patrimonio inmobiliario
tradicional, los bienes histórico-culturales la gastronomía y finalmente, las buenas condiciones
climáticas del litoral han configurado
una oferta turística muy atractiva.
Pero esta expansión del turismo se ha realizado en beneficio
de empresas foráneas y de promotores locales financiados por bancos europeos
que se han apropiado de la multiplicación del valor de suelo rústico y de una
alocada edificación destructora del litoral, contaminante, de ínfima calidad,
de manifiesta fealdad, insostenible y enormemente costosa para los municipios
afectados.
Con los ingresos de esta actividad se desató una sensación
de riqueza que, acompañada por el crédito fácil, convirtió a la construcción en
el principal motor económico de la época. Al inicio de la crisis de 2008 la
construcción suponía el 18% del PIB y las industrias auxiliares el 21%. El PIB
de agricultura e industria sumaba el 21,8% en 2005. El turismo llegaba al
comienzo de la crisis al 11% del PIB. En 2018 supuso el 12,3 % del PIB mientras
en el resto de los países europeos no supera el 3%. El turismo es un sector de
puestos de trabajo poco cualificados con salarios bajos y temporales. Poco más
del 18% del valor añadido de la actividad turística se dedica a salarios
mientras el 80% va a retribuciones del capital. En los otros sectores
económicos más del 50% de su valor añadido se destina a salarios.
La actividad turística ha creado nuevos espacios en núcleos
urbanos preexistentes o fuera de ellos, en zonas no edificadas y, muchas
veces, destruyendo el medio natural, sobre todo litoral. Pero estas nuevas edificaciones no han ido acompañadas
de una generación de riqueza y empleo estable local. La renta media por hogar
en España era, en 2017, de 27.558 €. De los municipios turísticos solo Marbella
se acerca a la renta media nacional (26.120€) y el resto oscilan entre los
18.484€ de Torrevieja y los 23.437€ de Chiclana de la Frontera.
Por otra parte, estos espacios turísticos tienen una
ocupación de temporada y trasladan los costes de mantenimiento a las
poblaciones que los albergan, al igual que les ocurre a la mayor parte de los pequeños
pueblos del medio rural. Es la España vaciada o, mejor aún, la España fantasma durante tres estaciones
del año.
Pese a estas peculiaridades, los nuevos espacios geográficos
son los propios de una sociedad muy urbanizada, concentrada en unas pocas
áreas metropolitanas e integrada en una economía de mercado global.
Estas profundas transformaciones en la distribución de la
población han requerido una modernización radical del sistema de transportes
heredado. El sistema ferroviario anterior tenían una estructura capilar para
dar acceso a todas las poblaciones con independencia de los tiempos y las
capacidades de carga. Desde 1960 se han cerrado 7.600 km. de vías como se puede
ver en el mapa de líneas férreas clausuradas. Los ferrocarriles actuales deben
responder a un poblamiento concentrado y lo hacen conectando áreas urbanas en
el menor tiempo y con la mayor carga, sean de viajeros o de mercancías. Igual
ha ocurrido con la red autoviaria con la construcción de vías de alta
capacidad, autopistas y autovías, entre las ciudades y dentro de las áreas
metropolitanas
El proceso de urbanización y la transformación paralela del
sistema de transportes puede verse en los mapas del Sistema de transportes de España. Sin embargo
las infraestructuras de transporte se
han concebido y realizado reafirmando el sistema radial propio de Estado centralista. Así lo
muestra el mapa de la Red radial de carreteras de España elaborado por Joseph Davies calculando las rutas
optimas desde Madrid a 800 ubicaciones
en España.
También en Madrid
comienzan y terminan todas las nuevas líneas de alta velocidad. No solo
no hay líneas trasversales sino que ni siquiera hay continuidad entre las
distintas ciudades periféricas dentro de la ciudad de Madrid, los radios nunca
se convierten en diámetros. Es una red colonial que tan solo pretende poner las
ciudades costeras a menos de cuatro horas del centro de Madrid. Y, de paso
extender la urbanización de Madrid con
las estaciones de Segovia, construyendo un túnel de 30 Km bajo la sierra
de Guadarrama, la de Guadalajara a doce kilómetros de su centro urbano o como
ya se había hecho con Ciudad Real y su
fallido aeropuerto.
Esta confluencia de infraestructuras de transporte junto con
la concentración económica, financiera, política, científica, cultural y de
riqueza gracias a la favorable fiscalidad para
empresas y grandes fortunas se asienta sobre un modelo urbanístico que
alimenta gran-des negocios inmobiliarios y una fuerte reducción de la presión
fiscal.
La expresión más clara de la dicotomía entre una intensa
concentración urbana y un vaciamiento rural es la participación respectiva en
el PIB. Casi el 80% del PIB español está en las zonas urbanas, el porcentaje
más alto de toda la UE. Y un tercio del PIB lo acaparan las áreas
metropolitanas de Madrid y Barcelona. Madrid y Barcelona tienen cada una entre
el 10 y el 20 % del PIB. 16 ciudades litorales entre el 1-5% cada una. Tres
ciudades interiores -Valladolid, Zaragoza y Córdoba- también tienen una participación en el PIB entre
el 1 y el 5%. Todas las demás poblaciones de España juntas, incluidas 29
capitales provinciales, solo participan con un 20-30% del PIB.
Estos porcentajes del PIB se recogen en el mapa de la macrocefalia urbana en la Unión Europea. En este mapa se aprecia la desigual
participación en el PIB de las mayores concentraciones urbanas respecto al
conjunto del territorio. Contrasta este vaciamiento y desarticulación
territorial del interior español con la equilibrada distribución poblacional,
económica y de actividades de Alemania. Sus 19 ciudades mayores concentran un
50% del PIB mientras el otro 50% es aportado por el resto de las poblaciones
repartidas por todo el territorio.
Se constata igualmente que la despoblación del interior de
España, en un radio de 350 kilómetros en torno al área metropolitana da Madrid
es, también, un vaciamiento eco-nómico y de actividades productivas.
Alternativas para los nuevos
espacios geográficos de la
sociedad digital
Como planteaba de manera general en el apartado de la
evolución futura de los espacios geográficos, la nueva sociedad digital construirá
sus propios espacios geográficos
a partir de los espacios heredados de la sociedad industrial. A mi entender,
los nuevos espacios geográficos se organizarán en base a los cambios que
introduce la revolución digital en las formas y los procesos de producción, en
la organización económica y social y en su generalización a escala planetaria.
Lo que actualmente se suscita es, en primer lugar, si esa
transformación se realizará bajo la dirección del neoliberalismo económico
imperante o de los emergentes poderes públicos defensores de la igualdad, la
sostenibilidad, la lucha contra el cambio climático y la preservación del medio
natural. En segundo término cómo se
sustancia en el marco político la tensión global-local, los sistemas de
democracia delegada o representativa y
la democracia directa con una participación continua en las decisiones que
afecta la los modos de vida cotidianos.
Entonces ya me pronunciaba en favor del papel protagonista que deben tener las comunidades vecinales para crear y
gestionar sus espacios de vida bajo los principios de la autosuficiencia
económica y la participación activa, directa y cooperativa, de sus miembros.
Frente a la globalidad del mercado, la estatalidad política y la regionalidad
administrativa debe recuperarse la
territorialidad social, el sentido de pertenencia a una comunidad social
asentada en un lugar. Esta recuperación de la territorialidad permitiría
superar el individualismo y la asocialidad del mercado, siempre
fundamentado en la desigualdad y la división social según la capacidad
individual de compra y consumo.
El fin de la sociedad de base industrial y de sus espacios geográficos está marcado
por las crisis globales de naturaleza
económica, climática y sanitaria.
En paralelo, pero con retraso, se extiende la necesidad de una
renacionalización de la producción y de los su-ministros y la vuelta a una economía local, de proximidad, basada en
espacios vecinales autosuficientes y autogestionados, como alternativa al modelo de
segmentación pro-ductiva, zonificación espacial y segregación social
sostenido sobre la movilidad mecanizada y continua.
En el caso de España, la triple crisis han puesto en
evidencia la insuficiencia del sistema productivo y la dependencia del exterior, así como la desarticulación
territorial entre pocas concentraciones urbanas y muchas zonas despobladas
permanentemente o, como buena parte de las turísticas, durante dos o tres
estaciones al año.
Como contrapartida, la modernización de las infraestructuras
de transportes, especial-mente la alta velocidad ferroviaria, las telemáticas y
las de energías renovables, así como el parque inmobiliario rural y turístico
abandonado o infrautilizado, proporcionan excelentes bases para el desarrollo
de una economía del bienestar social y unos nuevos espacios geográficos
sostenibles.
El modelo mediterráneo de los espacios urbanos es, también,
un activo que facilitará la reconversión de los pueblos y ciudades en espacios
para vivir y no en lugares para trabajar y consumir, como los poderes
económicos y sus delegados políticos imponen.
La reconversión de los espacios turísticos pasa por romper
su estacionalidad y mono-funcionalidad.
La calidad de vida que los caracteriza y el existente parque inmobiliario
son atractivos para las personas que no
están ancladas en un lugar por razones laborales o familiares. Las actividades
de atención personal, de relación, formación, cuidados y ocio, junto a las de alojamiento y hostelería son
muy apropiadas para asegurar la ocupación de estos espacios por las personas mayores, jubiladas o
dependientes, de los fríos lugares norteños. Estos espacios también son idóneos
para atraer a trabajadores de los servicios que esos residentes necesiten o
para desarrollar labores productivas y de comercialización a distancia o
instalaciones temporales o duraderas de teletrabajadores. La reducción de los
costes en vivienda, transportes y
servicios y la disminución de los tiempos de desplazamiento con respecto
a la gran ciudad mejoraría la competitividad y permitiría una mejor
conciliación familiar y una mayor calidad de vida.
El interior vaciado, en un radio de más de trescientos
kilómetros desde el centro madrileño, requiere un proceso de repoblación
fundamentado en una economía agroalimentaria ecológica, en la custodia y
regeneración del medio natural y en la recuperación cultural e inmobiliaria de
su patrimonio. También es necesario potenciar actividades fabriles mediante
talleres locales en red que compartan plataformas de comercialización y
establecimientos distribuidores de sus producciones. Pero esto solo será
posible si los pueblos participan en los beneficios que genera su medio
natural. Así los pueblos dispondrán gratuitamente un porcentaje de la
producción energía hidroeléctrica, fotovoltaica, eólica o de biomasa que se
produzca en su término municipal. Igualmente de los beneficios ambientales de
sus montes o de los recursos del subsuelo. También será gratuito el suelo
edificable para los nuevos pobladores, las ayudas para la recuperación y
remodelación del patrimonio inmobiliario preexistente o para la construcción de alojamientos colectivos de
personas mayores. Asimismo debe
adecuarse la dotación de equipamientos sanitarios o de educación
infantil y obligatoria a las necesidades de los vecinos.
Junto a la reactivación y repoblación de los espacios
rurales del interior y a la
desestacionalización y diversificación de los espacios turísticos hay que
actuar también en la remodelación de los espacios urbanos.
Las ciudades, y más aún las áreas metropolitanas requieren
un nuevo diseño y ordenación. La pandemia ha revelado la disfuncionalidad que
vienen arrastrando los espacios urbanos. Las casas están pensadas para una
sociedad que ya no existe, para un modelo de familia que tampoco está vigente,
para unas relaciones que no se dan actualmente y para unas formas de trabajo
que no son las propias de una sociedad digital. El espacio público está ocupado
por chatarra, ruido y contaminación en movimiento o aparcada o, en el caso de
los espacios peatonales, por terrazas
de bares y mascotas con los efectos ya conocidos.
Ya antes de la pandemia se planteaba un nuevo modelo de
ciudad respetuoso con las personas y el medio ambiente. Se pusieron en marcha
iniciativas de reducción de la presencia del vehículo privado, de recuperación
de la calle y peatonalización de los
trayectos, de sustitución del asfalto por el verde, incluso extendiéndose a
los muros de los edificios, como ejemplifican las supermanzanas barcelonesas.
La remodelación urbana no se puede sostener sobre las fórmulas de negocio inmobiliario anteriores
porque no existe una clientela solvente y con seguridad de ingresos
continuos. La idea de naturalizar o
ruralizar la ciudad es inviable si a la vez
hay que mantener una la zonificación de usos fuente de todo el negocio
inmobiliario. La disfuncionalidad urbana para la calidad de vida de sus
habitantes deviene de la separación entre las viviendas y los lugares de
trabajo, de educación, de comercio o de ocio y por tanto, con de-pendencia del
vehículo privado, sea cual sea su motorización.
Estas concentraciones urbanas y el paralelo vaciamiento
rural se han producido por una economía
industrial pero más aún por el gigantesco negocio inmobiliario que requería.
Pero sus efectos negativos se han
acentuado en España a causa de la
organización de la administración local que pervive desde el siglo XIX. Los
espacios geográficos de la sociedad industrial han tenido el urbanismo como el
instrumento fundamental para la reconversión espacial y la recomposición
económica de las clases pudientes del franquismo.
El Estado ha intervenido creando la legislación básica que
se ha aplicado por las comisiones provinciales de urbanismo y la tutela de las
Diputaciones en los municipios meno-res de 10.000 habitantes. En definitiva,
los municipios han carecido de autonomía planificadora y esta ha sido ejercida
por unas Diputaciones Provinciales irresponsables, ya que sus miembros
directivos no son de elección directa y por tanto no rinden cuentas al cabo de
su gestión. Además, en muchos casos, se valen de organismos técnicos
inter-puestos de difícil control por los destinatarios de sus actuaciones.
En los municipios de más de 10.000 habitantes, bajo la
tutela de las Comunidades Autónomas, los procesos de planificación urbana son
escasamente transparentes y las asignaciones de zonificación y edificabilidad
son discrecionales por parte de equipos de gobierno municipales muy sensibles
a los intereses constructores. Más aún, en no pocos casos, se sirven del
urbanismo y de las concesiones de gestión de servicios públicos municipales
para la financiación de los partidos o
lucro particular de los partidarios y afines siendo una potencial fuente de
corrupción.
Para afrontar los cambios espaciales de la nueva sociedad
digital y los retos de un desarrollo sostenible es necesaria una radical reforma de la
Administración Local.
La reforma debe contemplar la supresión de las Diputaciones
provinciales y las funciones, de tutela y control a los Ayuntamientos, deben ser devueltas a los municipios de forma
que éstos puedan ejercer plenamente las
competencias que tienen reconocidas constitucionalmente como Administración
Local con elección democrática de su gobierno. En las zonas donde se ha producido un vaciamiento
poblacional y los municipios ya no pueden ejercer sus competencias como
administración local tendrán que agruparse formando un nuevo municipio de forma que las demarcaciones municipales se
reduzcan de los 8131 municipios actuales a menos de la mitad.
Las funciones supramunicipales desempeñadas por las
Diputaciones serían asumidas por la
Comunidad Autónoma en la que esté integrada la provincia como ya ha ocurrido en el caso de las
Comunidades uniprovinciales.
La nueva regulación de la administración local debe
contemplar espacios submunicipales – entidades locales menores o entidades
vecinales autónomas- con capacidades de auto-gestión directamente ejercida por
sus vecinos en régimen de concejo abierto y con una junta vecinal como órgano
de gobierno.
Pero además hay que romper con el aislamiento e
incomunicación de las poblaciones pequeñas o medias que no tienen acceso a la
nueva red ferroviaria de alta velocidad. Es necesario aprovechar la red
ferroviaria del siglo pasado instalando cercanías ligeros o la red de
carreteras local para implantar un transporte público eléctrico y autónomo
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